AVENTURAS DE MOTOMAN: EL REENCUENTRO
CAPITULO VI (El reencuentro)
Ernesto Carlos Quijano era un triunfador nato, la vida le sonreía permanentemente, no podía quejarse de su carrera profesional -era un alto ejecutivo de una multinacional petrolera- , caía bien a las mujeres, a todas, tenia amarrado un lujoso yate de 21 metros en el náutico de Barcena, un Swan 46 MK II con una magnífica cubierta de teca, en Puerto Banús. Era alto y bien plantado y tenía la labia de un porteño con clase. Pero había una cosa, solo una, que le amargaba la vida y que era incapaz de corregir; los veintiocho años de matrimonio con Martina.
Así cuando está le gritó:
- ¡Che boludo!, mové la colita y bajá al boliiiiche.
A pesar de no haber hecho mención a su orto y las variadas cosas que iba a meterle por él, como era usual si no lo hacía inmediatamente, salió escopeteado hacia la puerta, no sin antes tomar al vuelo su billetero Montblanc, de piel de ornitorrinco, que como siempre descansaba sobre la mesita del hall.
Después de pulsar varias veces seguidas el botón de llamada del ascensor sin éxito, bajó las escaleras de dos en dos, sin saludar al conserje y a paso ligero, muy ligero. Atravesó el portal y giró a la derecha con el firme propósito de superar los escasos cincuenta metros que lo separaban del bar “Manolo el Gallego”, en el mínimo tiempo posible. Acuciado por la prisa a causa del terror que le producía que Martina pensara que se había entretenido innecesariamente, no reparó en el perro que sentado en el escalón del portal le seguía con la mirada, y tampoco notó el sutil pinchazo en la nuca.
Lucero y Zzzzsssst, habían decidido dirigirse hacia el domicilio de los señores de Quijano, después de que el propio Lucero quedara suspendido del aire y comprobar que lo podía hacer a voluntad, cuando el Land Rover 109 corto de cabina independiente pasó a toda mecha por uno de esos obstáculos que, con objeto de reducir la velocidad, el ayuntamiento había puesto de moda.
Ernesto Carlos fue aminorando el paso y en el instante en que iba a empujar la puerta del bar tomó una decisión incomprensible y en cierto modo, heroica; dio la vuelta y deshizo el camino. La zorra de su mujer iba a saber de una vez por todas quién era él.
Zzzzsssst había decidido saciar su apetito y de paso hacerle un favor al pobre hombre. Jacin con tres bolsas del Corte Inglés en la mano, vestido con gorra roja y chándal Adidas de color negro con dos rayas blancas verticales recorriendo las perneras –pero nuevo de trinca-, apareció por la esquina. Al verlo Lucero y Zzzzsssst, corrieron..., volaron hacia él.
continuará...
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