Aventuras de Motomán: La búsqueda imposible
CAPITULO VIII
(La búsqueda imposible)
Cuando finalmente la encontraron se hallaba interrogando a una dependienta de “Furest”, que acababa de incorporarse a su trabajo después del descanso para el almuerzo. La observaba con cara de incredulidad, sobre si había visto a su hijo de unos siete años jugar por las proximidades, ya que no había regresado a casa a merendar.
- Este niño es un demonio, me va a matar a disgustos-, Exclamaba.
Tras lo cual procedió a dar a la perpleja dependienta toda suerte de detalles sobre la ropa que vestía el niño.
Así fue como Don Cucufate –su hijo-, y Montserrat –su hija política-, es decir la esposa de Don Cucufate, finalmente la encontraron después de más de una hora de dar vueltas por el barrio y recorrer los lugares a donde acostumbraba a ir cada vez que se perdía.
El estado de mamá requería plantearse en serio que no debían dejarla salir a pasear sola. La demencia senil había llegado a un punto que debía estar siempre vigilada.
Cuando finalmente llegaron a casa y Don Cucufate pudo regresar al negocio familiar –un colmado de productos selectos en la parte alta de la ciudad-, Montserrat decidió dedicarse a buscar al médico ese que según repetía incansablemente su suegra desde que la metieron en el coche tras localizarla, le había salvado la vida.
Así que tomó el listín telefónico y lo abrió por la G de Galeno, Hipócrates Galeno, decía la señora que ponía en la plaquita de la bata. No encontró ningún nombre ni siquiera parecido, pero su suegra no dejaba de insistir, de modo que se ocurrió buscar por la H de Hipócrates. No era la primera vez que Marteta, su suegra, confundía cosas.
Por Hipócrates no aparecía ningún apellido, pero sus ojos parecían verlo en algún lugar de la lista, de modo que siguió la columna y allí estaba. Vaya confusión la de su suegra.
Anotó: “Hipono Usart, Galégrates”, y dos números de siete cifras, uno precedido entre paréntesis de la frase “Domicilio particular”, y el otro de la palabra “Hospital”. Después, marcó el segundo.
Al Dr. Galégrates Hipono se le acabó pronto su sueño de obtener el Nóbel de medicina, resulta que la cruda realidad era que al hospital se le había perdido un accidentado terminal, si es que no era ya un cadáver. Y ese era un tema muy peliagudo.
El órgano de dirección del patronato que regía el hospital había decidido dar unas vacaciones al Dr. Hipono –para quitarlo de en medio y alejar la posibilidad de que la prensa tuviera noticia-, y contratar los servicios de un detective para que investigara porqué el Dr. Hipono estaba la tarde anterior salvando ancianas de ser atropelladas, mientras al mismo tiempo estaba reunido en el despacho del inspector jefe por causa de un ingresado que no estaba ingresado.
Aquella había sido una mañana prolija en decisiones tajantes para el patronato.
Para Motomán y sus mascotas, tan solo la primera mañana de sus nuevas vidas.
Continuará...
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